Lecciones de un padre
Como a los trece años yo jugaba mucho fútbol; era arquero. Jugaba con veteranos, ya competitivo. Después de cada partido nos íbamos a tomar ron y cerveza. Y ya me estaba enviciando. Mi papá se dio cuenta que yo llegaba borracho, pero no me decía nada, pero, ajá, llegó un momento en que vio que me estaba alcoholizando y dijo:
—Yo necesito hablar contigo. Te voy a explicar: yo juego, yo tomo ron, yo tomo cerveza, los mantengo a ustedes, les doy los gustos que ustedes quieran y estoy bien, soy feliz; pero yo estoy viendo que si no tomas estás mal. Y te voy a decir algo: en mi juventud solo existían dos tipos de cerveza y un tipo de ron, y si te das cuenta hoy existen una variedad que tú no tienes idea de que existen, entonces, ¿pa’ qué te desesperas si eso nunca se va a acabar? Toma, sí, uno en el cumpleaños de un amigo, ¿pero tomar por tomar? Eso es botar la plata.
De pronto yo ahí me di cuenta y me fui alejando. Hoy en día tomo en diciembre o cada mes o cada dos meses nos tomamos una fría en el billar. De resto nada. Y por eso, en parte, es que pude comprar el taxi: gracias a los ahorros que tenía con la buseta. ¡Ah! Porque yo era busetero.
Yo ahorraba lo que ganaba en los buses. Y mientras los compañeros míos se iban a mamar ron y se iban donde las chicas buenas, yo esa platica la ahorraba… Como ocho, nueve años: ahorré más o menos unos veintitrés millones de pesos. Yo era soltero. Y la verdad yo no sabía que iba a comprar un taxi, pero las cosas pasaron porque: uno, conseguí mujer y ella estaba embarazada; y, dos, porque hay patrones que son unos hijueputas.
Sobre lo primero. Un día llegué a la casa, como a las nueve y media de la noche; mi esposa ya estaba embarazada de la niña, tenía como cuatro meses. Estábamos normal, nos acostamos y como todo: hicimos el amor. En la madrugada, tipo dos, ella sintió el sangrado. No le dolía, pero botaba sangre. Entonces empecé a llamar taxis y no encontraba nada. Yo recuerdo que no le demostraba desespero a mi esposa, pero salía a la calle y no paraban o estaban ocupados. Fue desesperante. Después de cuarenta minutos alguien llegó y fuimos al Medrano, y, gracias a Dios, le retuvieron la sangre. Pero la niña casi se desprende. Ahí pensé en el taxi: tener un carro en caso de emergencia.
Lo segundo pasó después, unos días después. En el bus tras que uno trabaja quince días sin descanso uno tiene que hacerle mantenimiento al carro el día para descansar; y eso lo tienen que hacer los patrones, pero no lo hacen: lo hacemos los conductores. Entonces un día le discutí al patrón y no, dije que no iba a seguir así. Compré el taxi.
Un amigo que manejaba taxi me dijo que era lo mejor: que uno no tenía que trabajar para un jefe, sino para uno; que la época buena era diciembre y carnavales, aquí en Barranquilla; que todos los días tenía que estar de cinco de la mañana a diez de la noche para poder hacer la platica para que te quede algo.
Y lo saqué. Dejé la bulla. Ahora solo me queda un año para terminar de pagarlo y, la verdad, la relación con mi esposa e hijos ha cambiado. En el bus yo no tenía vida social con ellos, en cambio con el taxi sí. En el bus era de cuatro de la mañana a diez de la noche; a ellos los dejaba dormidos y cuando volvían ya estaban durmiendo. En cambio, en el taxi yo salgo a las seis o siete y vuelvo a las nueve: los veo, juego con ellos, les compro cualquier maricadita, descanso cada ocho días.