Francisco Villadiego

No seré como mi padre

Fotografías:
Cristina Abad
- Escrito Por:
Juan Sebastián Salazar
Francisco Villadiego / Barranquilla, taxista - Relatos Amarillos

Vea, la profesión más bonita es ser conductor de taxi. ¿Sabe por qué le digo? Porque uno se relaciona con el abogado, se relaciona con el juez, se relaciona con los niños, se relaciona con adulto mayor, se relaciona con las personas que usted menos cree: con los psicólogos, y el psicólogo va viéndolo a uno: el modo de conducir… Uno también se relaciona con la prostituta y el maricón. También, en mi caso, uno se relaciona con el hijo… el mío.

Pero antes cuento una anécdota: 

Un día yo estaba bailando lo más de sabroso con mis amigos –a mí me encanta la salsa– y de repente escucho al dueño del taxi gritar:

—¡Eh! Bola de brea, ¡Hey! ¡Qué! ¿Y el carro?

—Ahí está tu carro… Coge las llaves y llévatelo porque yo de aquí no me voy.

Francisco Villadiego / Barranquilla, taxista - Relatos Amarillos

Y es que a uno como taxista lo explotan mucho… Ahora sí lo de mi hijo:

Yo tengo un hijo. La mamá me lo dejó de brazos, cuando tenía unos ocho meses, para yo criarlo. Y así fue. Mi padre no me crió: nos abandonó a cuatro hermanos. Con mi hijo yo quería saber si era verdad que un padre era responsable. Yo tuve eso en mi mente. Es que el abandono es horrible… El abandono me enseñó muchas cosas de la vida con mi hijo.

Yo vivía en un apartamento solo con él. Yo trabajaba en la noche y trabajaba en el día. Cuando tenía unos dos años yo se lo daba a una muchacha que se llamaba Sara, y ella me lo alistaba y me lo mandaba al colegio. Luego yo lo recogía en la tarde y él se iba conmigo a trabajar, en el taxi, para no dejarlo solo en el apartamento. Él se dormía en el carro… al lado, conmigo.

Yo no me voy a dar la fama, pero los usuarios sí me decían: Usted es un buen padre. 

Luego, por la tarde/noche yo se lo dejaba a Sara y seguía trabajando, y en la noche daba vueltas para saber cómo estaba. Yo no lo dejaba. Yo no lo abandonaba.

Gracias a Dios yo no tuve ningún percance con el niño dentro del carro. El único percance fue en Prado Mar… un percance que casi se me sale el corazón. No… mejor dicho, no quiero ni recordar ese trauma. 

Ese día le compré de todo, pero… ¿va a creer usted que me venció el trasnocho y me quedé dormido en el carro? Mientras dormía el niño se quedó atrás y salió porque la puerta estaba abierta. Cuando yo despierto… ¡El niño!

—¡Johnny! ¡Johnny!

Vea… el corazón me hacía así… vea… de suerte no me dio un infarto.

Una familia estaba al lado y ahí me lo tenían.

—No, señor, mire, aquí está el niño.

Ay, no. Yo llorando.

—Gracias, doña. Gracias.

Francisco Villadiego / Barranquilla, taxista - Relatos Amarillos

¡Fíjese lo que me ha pasado! Él tenía unos tres añitos; decía Papi, Papi, y yo llorando. De suerte le estoy contando la historia. 

Después de ese percance yo cambié:

Juera ron. Juera mujeres. No seguí en la misma rutina que tenía: mujeres, trago y trabajo. Yo dije: ¡Hasta aquí no más! Yo creía que el mundo no se iba a acabar: que carnaval va, que carnaval viene. Esa es una responsabilidad paternal de un padre. Ahí dije que iba a dejar de ser bandido.

El hijo mío tiene hoy día 49 años. Tiene una esposa y tiene hijos. Ya está preparado: todos los domingos sale en la emisora. Vive en Santa Marta. Algún día, cuando vaya a Santa Marta, se lo presento.

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