Universos paralelos
Yo tengo una anécdota que me pasó hace poco, pero antes una confesión: yo casi toda mi vida la he vivido en Bogotá; es más, mi mamá dice que mandó a un hijo a estudiar a Bogotá y que se lo devolvieron cachaco.
Tú sabes que hoy en día manejamos las aplicaciones, ¿cierto? Bueno, tomé un servicio por aplicación y llegué a un conjunto residencial, a esperar un pasajero. Yo me parqueé en toda la entrada y cuando me di cuenta llegaron dos muchachos –un muchacho y una muchacha–; abrieron la puerta y se sentaron de una.
—Buena noche.
Yo miré la aplicación y confirmaron donde iban.
—Sí, ahí, cerca.
Arranqué y cuando voy en la mitad del recorrido al muchacho le entra una llamada.
—No, yo ya me subí al carro. ¡Cómo así! ¿Cómo es posible?
Y yo pensaba: ¿qué habrá pasado? Me detuve y le pregunté al man que qué había pasado.
—No, brother, nos equivocamos de carro.
—Uy, ¿cómo así?
Yo ya le estaba cobrando una tarifa al pasajero que iba a llevar, al real, y, pues, ellos tenían una tarifa mucho más económica.
—No, me da pena con ustedes, pero tengo que devolverlos y llevar a la otra persona.
—No, llévenos que yo le pago tal cual le iba a pagar la otra persona.
Pero al momento entra una llamada; era la pasajera a la que yo iba a recoger.
—Buena noche, mira, habla con el servicio que usted iba a recoger… Usted recogió a quienes no eran…
La señora me pegó una medio vaciada; me regañó medio poquito: que por qué no había confirmado, que no sé qué.
—No, pues, tranquila. Dígale al otro señor, al otro taxista, que la traiga, igual vamos para el mismo lado.
Y ya… Eso es. No sé qué más te puedo comentar. La verdad a mí no me ha pasado nada drástico.