El sueño de la pirámide
Desde los quince estoy en el taxi. En la casa había taxis, entonces cuando no llegaba algún conductor tocaba salir a trabajar, a hacerse el día, porque no nos podíamos colgar con las financieras, con los bancos... por los préstamos. Yo salía con mi mamá, por las noches, a trabajar... ella era la propietaria; ella fue la que me enseñó a conocer la ciudad: las direcciones, calles, carreras, sitios peligrosos... De hecho... nosotros empezamos a trabajar en el sector de La Sevillana, donde se bajaban los viajeros de los buses intermunicipales... Ahí nos la pasábamos... en los trayectos ella me iba indicando.
Mi mamá empezó con los taxis por mi padrastro, que siempre fue conductor... él sí manejó varios taxis, mi mamá no. Gracias a él empecé a conocer de carros: que los Mazda, los Daewoo, los Chevette... Ya después nosotros compramos: teníamos unos Chevette y un Renault 9. Pero, como le decía, el tema de los conductores no era nada fácil: siempre estrellados, accidentes... Por eso fue que aprendí y empecé a manejar.
Sin embargo, perdimos los taxis por DMG. Nosotros metimos la plata de un Chevette modelo noventa y tres, y otro del noventa y cuatro... se vendieron y se metió la plata allá, porque la promesa era que la doblaban... esa era la esperanza: con esa plata íbamos a comprar carros nuevos, unos Hyundai Atos, que era el boom de la época. Recuerdo que la plata estaba para salir y ahí fue cuando se cayó DMG. Terrible. Perdimos todo... Pues... no todo... no fue tanto: tocó levantarse: tocó seguir sobreviviendo... ya no como propietarios.
Después de eso yo seguí manejando un Chevitaxi, un Mazda, de un amigo. Y ahí sigo. Tengo 35 años y, la verdad, jamás he pensado en hacer otra cosa. Siempre, siempre con el taxi.