La gratitud es la mejor recompensa
Yo entré al taxi hace más o menos quince años. Antes trabajaba de vigilante y hubo un traslado a un barrio muy maluquito, y eso me tenía achantado. Un día salí a comprar el mercado cerca a mi casa y había un señor lavando un carro –Don Óscar–, entonces le dije:
—Amigo, ¿no sabe quién esté necesitando conductor? Quiero empezar…
—No, pues, tráigame la hoja de vida.
Y por la tarde me llamó. Y ahí iniciamos: con un Daewoo Racer. Ahí inicié en este mundo del taxismo.
Y fue precisamente con ese primer carro que tuve una experiencia bonita. A ver… Cuando yo presté el servicio militar e hice mis cursos de vigilancia y escolta aprendí algo de primeros auxilios. Pues bien, un día recogí un servicio en Suba, ahí al lado del K-Tronix. Salió una muchacha en chanclas, y tan-tan, ¡un taxi! Sí, por favor, que pa’ llevar a mi mamá. Dentré el carro en contravía y subimos a la señora, que estaba descompensada. Arrancamos y en el camino se me desmayó. Me tocó parar el carro, hacerle la reacción cardiopulmonar, respiración boca a boca y reanimarla. Ahí después me empecé a meter en contravía, me llegó la policía, dije que iba con esta paciente, me dieron vía y por fin llegamos al hospital. Yo creo que la señora se salvó.
Luego de un año y medio, más o menos, tiempo en el que estuve alquilándole el carro a Don Óscar, me pasé a manejarle el carro a la Señora Jenny, y yo le dije que el día que yo me fuera era porque tenía mi propio carro. Bueno… Así fue: un día decidí reunirme con mi familia y proponerles comprar una camioneta de pasajeros. Ellos dijeron que sí. La compramos, le dije a la Señora Jenny, salí con las puertas abiertas, y empecé a manejar el carro nuevo.
Inicié trabajando en Alkosto y luego en una empresa de transporte. Ahí me encarrilé, pero se acabó el contrato y empecé a buscar otro, y llegué a una empresa de transporte de gente con discapacidad. Ahí tenía que transportar pacientes: niños paralíticos, niños con Síndrome de Down, abuelitos de diálisis… ¿Si? Y ahí aprendí varias cositas: sobre todo más conocimiento de primeros auxilios.
Cuando terminé de pagar mi camioneta hablamos con mi familia, de nuevo, y decidimos pasar la camioneta a particular, entonces pedí un crédito y monté una tienda de barrio. Al comienzo pintaba bueno, pero las ventas empezaron a caer y, además, tuve una competencia desleal, entonces… No. Llamé a Señora Jenny:
—Señora Jenny necesito trabajo.
—Venga.
Y no me pidió depósito ni nada, y trabajé con ella unos tres meses, tiempo en el que por fin pude vender la camioneta. Me conseguí unos pesitos adicionales y con eso di la cuota inicial del taxi, uno propio, y ahí vamos…
Con ese carro, el otro día, pasando el Éxito de Suba, lo mismo: un señor venía con un niño alzado:
—¡Señor, para el hospital nuevo de Suba!
El niño se había caído del tercer piso. Lo recogimos y corra. Me pasé el semáforo, cogí la Suba a lo que daba… Hasta que llegamos. Y al final el señor dizque a pagarme.
—Hermano, vaya que primero es la salud de su hijo.
¿Que por qué seguir manejando el taxi? La respuesta es servicio. No hay nada más satisfactorio que recoger al mechudo y llevarlo del punto A, al punto B: llevarlo al médico, a la cita con el peluche o al cine o a su partido, ¿si? Ese gracias es la recompensa, ¿si?
Por eso, al final, volví a mi amarillo.