La otra agüita
A ver, hermano… ¿Historias? Pues… lo que le ha pasado a todo el mundo: que robos, que conflictos en los barrios… Así.
No… Pero, ¿sabe qué? A mí un día se me murió un paciente en el carro. Mejor dicho…
Yo recogí a un señor por allá en El Salvador. Me salieron unos manes desesperados a la calle, y yo me azaré:
—Eh, cuchito… Pare, que es una señora. Es urgente. Una señora, ¡urgente!
Y yo vi a una señora y ahí sí frené. A los pelados no les iba a parar porque los vi muy visajosos, muy asustados.
Cuando le paré a la señora ella me decía Por aquí, por aquí… Toda desesperada, a los gritos y que Aquí, aquí, que Mi esposo. Yo llegué hasta donde ella me decía y sacaron a un señor; el señor tenía un dolor en el pecho, que le dolía mucho; el señor se quejaba. Lo sacó el hijo y la esposa –el hijo hasta no tenía camisa… tenía la camisa en la mano. Recuerdo que lo montaron en la parte de atrás; el pelado se hizo adelante y la esposa atrás.
En una de esas se me dio por mirar por el retrovisor. Yo le miré los ojos al viejito, y vi que boquió y que suspiró grande y ahí mismo se fue pa’ atrás y yo Ay, se fue el cuchito –dije yo. Y ahí mismo le sonó la cabeza y quedó en los brazos de la cucha.
Yo hágale rápido para el Sagrado Corazón. Bajé en bombas de fuego. Cuando llegamos ahí mismo el portero abrió, sacaron la camilla y pum, lo entraron. Yo me quedé ahí cuando al momentico escuché al hijo gritando y llorando, y yo, Ay, se murió. Ya venía muerto el cuchito.
Uy, que en paz descanse, mi hermano.
Esa fue la única situación que me pasó. Tremendo susto. ¿Y sabe qué? Entonces el portero me dice No, ya había llegado muerto. Sí, yo vi cuando boquió.
—¿Y le pagaron la carrera?
—No, nada.
—Ah… No les diga nada; qué les va a decir. Cómo va a cobrar una carrera con un dolor de esos.
Oiga, ¿y sabe qué? Arranqué y bajé por Buenos Aires, y una señora me para y se va a subir y… Ay, señor, esto está mojado. Y yo, ¿si?
—No, no señor… Muchas gracias. Yo no me montó.
Y yo bajo y miro y la silla mojada, güevón. El cuchito había expirado y soltó esfínteres y se orinó ahí en el coso. Y yo Ah, perdí 20-0…
Estaba empapado. Y me fui para la casa… Eso fue un sábado.
Cuando voy para la casa me llama una cliente:
—¿Dónde está? ¿Dónde está?
—¿Qué pasó? ¿Qué necesita?
—No… Necesito que me colabore, que me lleve unos instrumentos. Yo le pago toda la noche.
Y yo… ¿Sí?
—¿Y eso para qué?
Le pregunté.
—No, venga, venga… que es para una cantante.
Le dije que bueno, que ya iba. A ella siempre le colaboro llevando equipos; ella se hace adelante y deja los equipos atrás.
Arranqué y fui hasta Santa Lucía, donde estaba. La recogí y, claro, lo mismo de siempre: unos bafles, unos micrófonos, unos instrumentales… y todo lo puse atrás, y ella adelante.
Hermano… ese día volié… volié con esa vieja.
Hermano… ese día ella me dio ciento sesenta mil pesitos. ¡Imagínese! ¡Y estamos hablando de hace seis años!
El cuchito se fue, pero no me dejó solo. ¡Qué bendición, hermano!
Al otro día a primera hora me fui de lavada. Bajé la silla, le eché agua, le eché Fabuloso y soflán, me acosté y a las dos horas ya no olía a nada, ni a berrinche ni a nada… ¡A nada!
Qué cacharro. Sí… Me acuerdo de esa.