Al taxi siempre se vuelve
Pasar de ser policía a ser taxista no es un cambio bravo, ¡eso es muy bueno! Le voy a decir por qué.
Yo duré siete años en la Policía. Allí era conductor profesional: manejaba muy bien y conocía direcciones; llevaba al comandante, y si uno es bueno con ellos, ellos son muy buenos con uno: ayudan. Sin embargo, después de que mataron a Pablo Escobar salió un decreto que reestructuró la Policía, y empezaron a echar gente… Por malos, por indisciplina y esas cosas. Todo el mundo estaba alerta: todos señalaban a todos… Y así salimos muchos buenos. A mí me echaron.
A los ocho días, por la situación, empecé a manejar todos los fines de semana un taxi de un cuñado, un Chevette 93. El cuñado me lo daba para que yo me consiguiera el mercado del fin de semana. Y me gustó. Entonces hablé con un amigo al que le llegaron cinco taxis nuevos y le dije:
—Oí, vendeme un taxi de esos.
—Ah, deme tres millones ochocientos de inicial.
En esa época el taxi costaba seis millones ochocientos. Pero yo no tenía plata, y me acuerdo que busqué al comandante y le dije que necesitaba dos millones pa’ la inicial. Y al ver la necesidad que yo tenía, de ver que no tenía con qué trabajar, pues, me los regaló: el comandante mío me los regaló.
Ahí le llevé la inicial al man, que me dio un comprobante de pago y yo quedé como propietario. Yo tenía que librar el taxi en tres años, pero alcancé a hacerlo en veintiocho meses. Recuerdo que el día que lo libré lo mandé a enderezar de todos los golpes de ese momento, de varios choques y dos voltiadas. Yo lo saqué como nuevo: ¡una belleza! Estaba todo contento: ya tenía el taxi libre.
Como a los ocho días me pararon en un retén de policías:
—Papeles.
—Claro. Sí, señor.
—No, ese carro queda retenido por embargo.
—¿Qué? Mire, pero si yo lo pagué.
—No, esos documentos son falsos.
Y resulta que era el man –el antiguo dueño– que no había pagado la cuota de varios carros, entre ellos el mío. Ahí empezó la bomba: el man no pagaba, pero sí invertía en volquetas que mandaba a La Guajira; tenía como catorce.
Mi carro se lo llevaron nuevecito: lo disfruté como quince después del arreglo. A ese man nunca le hicieron nada… No resultó nada. El man me decía que él lo cuadraba, que él lo cuadraba. Y qué va: no resultó nada.
Con el taxi yo le ayudaba a mi mamá y a mis hermanos… Me iba mejor que en la Policía, a pesar de esa época… De la época de Pablo. Pero, pues, nada… Había que seguirle dando, y seguí en el taxi, pero liquidando: trabajaba con un hermano, a quien le dije que yo lo ayudaba a pagar. el carro ¡Y eso era duro! Yo trabajaba desde la mañana hasta la una. Solo recogía cinco mil pesos, que me daban la comida, el diario; el resto iba para las cuotas, que era el objetivo. Al final pagamos ese carro como a los seis meses.
Después de dos años un amigo arregló un Renault 9; lo puso hermoso. Él me dijo, Jaime, te lo vendo. Y yo tenía como tres millones recogidos, y un cuñado me prestó diez millones. Compré el taxi: me costó once millones ochocientos mil. Entonces empecé a librarlo: trabajaba desde las cuatro de la mañana y me acostaba a las diez-once de la noche; le daba derecho: comía en la calle… Pero ese era el objetivo: pagar el taxi. Sin embargo, un día, debido a tanto cansancio me quedé dormido en la Oriental, casi me mato: ¡me monté en los separadores, hermano!
Decidí vender el carro. Yo lo arreglé después del accidente y cancelé la compra. Lo vendí barato, con esa plata monté un almacén de repuestos de motos y empecé a estudiar mecánica y mantenimiento de moto. Y espere y verá… Esos manes no vendían en el taller: no, ¡qué berraquera! Entonces a lo último eso me cansó y vendí ese taller. Empecé a administrar un almacén de motos en el centro y así estuve como nueve años: en varios almacenes, administrando, fabricando triciclos y seguridades, hasta que… Ya, ahí retomé lo del taxi.
Y aquí me tiene: otra vez frente al volante. Feliz.