Amor suicida
¿Y aquí cómo es la cosa? ¿Uno cuenta una historia y ya?
Bueno. A mí la más brava que me pasó fue cuando recogí a una pareja en el Obelisco. Me dijeron que los llevara para Bello y fuimos. Ellos no alegaban: iban como cualquier pareja romántica: él la abrazaba, se hablaban al oído… Así.
Llegando a Fabricato yo escuché un disparo atrás del vehículo; mejor dicho, yo escuché un disparo y paré pensando que era para mí: yo me miraba por todas partes a ver dónde estaba el orificio en mi cuerpo. Y en medio de eso recuerdo que la pelada se logró bajar, pero el man la cogió del pelo y al lado de la puerta le metió dos tiros. El tipo corrió por ahí cincuenta metros, paró, se puso el arma en la cabeza, en la sien, y se suicidó: ahí mismo se extendió.
Yo me arrimé a la pelada, que estaba sin sentido, pero viva, y yo como pude la monté –porque con ese sangrero se resbalaba. La llevé al Marco Fidel Suárez. Yo vi cómo la entubaron y todo.
En el hospital le entregué el bolsito de ella al oficial. Llamaron a la mamá y llegó rápido. Yo me puse a hablar con la mamá y me contó que él le había robado por la mañana esa pistola al tío y que estaba denunciada. También me contó que ellos eran pareja y tenían un hijo; que ella tenía 21 años y él 23.
Como a la hora y media se murió la muchacha.
Cuando le conté a mi esposa me dijo que dejara de manejar, que dejara esa profesión, pero de eso vivía uno, ¿qué más se podía hacer? Seguir. No es que uno se acostumbre al miedo porque al miedo no le ponen pantalones, pero, la verdad, yo no quedé psicoseado. No, no… No tanto.
El asunto era el olor. Yo lavaba el carro y a las pocas horas, cuando hacía calor, volvía ese olorcito a podrido. Los amigos me decían: ‘echele una, échela otra’… Y yo no podía: no salía. Trabajaba un poquito y otra vez a guardarlo. Lo lavé como tres veces.