Hay una voz que me dice
A ver, para empezar… Es que son muchas las cosas que me han pasado en los dieciocho años que llevo en el taxismo… Pero… Digamos… Lo que yo puedo contar es… A ver.
Resulta que por la noche yo cogí un servicio, por allá en La Floresta; la persona iba para el centro, a la Avenida de Greiff con Carabobo. Ahí dejé a la persona y ahí mismo recogí a otro señor:
—¿Queda libre?
—Ah, sí. Claro.
Iba para los Tubos de Enciso: arriba. Y, bueno, yo estaba confiado hablando con él cuando en esas me dijo:
—Hay una voz que me está diciendo que le de puñaladas.
—¿A quién?
—A usted…
—¿A mí? ¿Por qué a mí?
—Ah, no… No sé. Solo me está diciendo que le de puñaladas… ¿Qué piensa usted?
—Pues… ¿Qué pienso? Que el Dios que yo tengo es grande y poderoso.
Y ya. Seguí callado. Cuando empecé a subir el carro iba bien, pero cuando estábamos a mitad de cuadra se quedó: dejó de moverse.
—Ay, hermano, el carro no arrancó. Hasta aquí llegamos.
Entonces se puso a mirarme. Dijo:
—¿Sabe qué? El Dios que usted tiene es un Dios poderoso.
Y cogió la plata, me la tiró en la silla y se bajó. Por allí se fue y luego el carro arrancó.
Desde ahí aprendí que no solo hay que medir a las personas por la apariencia, sino, también, por las sensaciones que uno tiene: si la persona me da paz y tranquilidad la recojo, si no, sigo derecho.